Las principales amenazas a su supervivencia

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS

 

En las últimas décadas se ha observado un descenso importante de las poblaciones de tortugas terrestres de la Argentina. En la actualidad, hay menos de un ejemplar por hectárea de las tortugas de tierra argentina y cuyanas, en Salta, y tres ejemplares por hectárea, en Córdoba. Este último dato contrasta con los treinta animales por hectárea que se constataban en Córdoba durante la década de 1960. La tortuga de tierra patagónica sigue la tónica general de reducción poblacional, pero en la actualidad es la que tiene mayor densidad de población. En Mendoza, alcanza 2,3 individuos por hectárea y en Río Negro, los 11 individuos por hectárea. Es más abundante en las provincias más australes de su área de distribución, como La Pampa o la mencionada Río Negro. La disminución de las poblaciones también se ha observado en las especies ibéricas. En la región de Murcia, se estima que en las últimas dos o tres décadas, la población de la tortuga mora ha disminuido entre 70 y 80%. En las zonas tortugueras ibéricas, actualmente, se observan densidades de población similares a las argentinas - con entre 3,6 y 14,1 ejemplares por hectárea en el Sudeste -. Sin embargo, es preciso considerar que, debido a las características del terreno y a la reducida área de distribución, la obtención de muestras en la península ibérica resulta mucho más exhaustiva que en la Argentina.

Otro dato preocupante es la baja proporción de crías e individuos jóvenes que se encuentra en las poblaciones salvajes, en las que los adultos llegan a constituir entre el 80 y el 100% del total. Estos datos expresan la baja tasa de reproducción, pero también, el impacto que tiene sobre estas especies la recolección de crías e individuos jóvenes con fines comerciales.

La principal amenaza que afecta a las tortugas terrestres de la Argentina son las transformaciones de sus hábitats provocadas por la actividad agropecuaria. La economía de buena parte de las tortugas se basa en la explotación extensiva de la ganadería y la agricultura, como es el caso de La Pampa, una de las mejores zonas tortugueras del país.

Desde su introducción, hace más de un siglo, la explotación ganadera se extendió, fundamentalmente, a los terrenos llanos o pampas que cubren buena parte de la Argentina. El ganado vacuno fue criado en los terrenos más productivos, mientras que el caprino y ovino se estableció en las tierras semidesérticas. Esto también sucedió en las zonas tortugueras del Sudeste Ibérico, las cuales también se han convertido en una de las principales amenazas para la población de tortugas. En el caso de España, la llegada de nuevos recursos hídricos, gracias a los trasvases entre cuencas hidrográficas, así como el establecimiento de cultivos intensivos de invernadero, han transformado el hábitat de las tortugas moras. Están, aún, ausentes en la Argentina los riesgos que en la península ibérica genera la explotación del terreno con fines turísticos.

La tala y el fuego han sido las dos principales herramientas utilizadas para realizar desmontes en las zonas tortugueras de la Argentina. Estas, en buena parte, estaban ocupadas, como ya se ha comentado, por una vegetación caracterizada por la presencia de algarrobos arbóreos del género Prosopis. El fuego afecta a las tortugas de modo directo. Produce muertes, mutilaciones y daños en los caparazones, como lo demuestra el hecho de que más del 30% de las tortugas de Córdoba presentan signos de quemaduras. Pero, además, los incendios tienen un efecto indirecto al reducir biodiversidad vegetal - sobre todo, en el caso de grandes incendios recurrentes y al alterar los suelos facilitando su erosión. En las tortugas ibéricas, también se detectan daños por quemaduras, poniendo de manifiesto la importancia de los crecientemente frecuentes incendios forestales, los que en ocasiones provocan extinciones locales de tortugas. Retomando el estudio de los efectos de la cría del ganado, cabe señalar que en las zonas tortugueras, este resultó de la explotación de los pastizales naturales existentes bajo el dosel de los bosques de algarrobos, lo que dio origen a una serie de importantes modificaciones en la funcionalidad de estos sistemas. Entre ellos, hay que mencionar la progresiva sustitución de las especies herbáceas apetecibles por otras que no lo son. Ello obligó a roturar nuevas áreas de vegetación natural, a menudo, en zonas de tortugas, con la resultante modificación de la estructura del suelo. También, es crucial el incremento de la erosión provocado por el pisoteo de vacas, cabras y ovejas. Al ser estas especies ajenas al ecosistema, no han desarrollado las adaptaciones necesarias para minimizar el efecto de sus pezuñas sobre la cobertura vegetal de las zonas áridas. Otros aspectos de las prácticas agropecuarias, frecuentemente poco respetuosas del suelo, también contribuyen al incremento de la erosión. Independientemente de sus variadas causas, los procesos erosivos provocan una modificación profunda de las características estructurales del suelo, además, alteran de modo negativo el desarrollo de los huevos de las tortugas. Asimismo, las pisadas del ganado afectan a las crías cuando todavía tienen el caparazón blando, como también a los nidos y cuevas donde se refugian las tortugas. Estos efectos de las pisadas son los responsables de las frecuentes malformaciones que se pueden observar en estas tortugas. Es así como, en Córdoba, se encontraron hasta un 35% de los individuos con alteraciones en la estructura de los caparazones.

Otro de los efectos de la ganadería es la competencia por el alimento que se establece entre las establece entre las tortugas y las cabras. La gran cantidad de herbáceas que brotan entre los matorrales de jarillas, durante las lluvias de verano, constituyen un alimento fundamental para lograr que las tortugas superen el verano y enfrenten el período reproductor. Estas plantas son consumidas, rápidamente, por las cabras y ovejas.

 

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